Una sensación de inquietud rodea a los edificios en las pinturas de Lee Madgwick, sus paredes desmoronándose o cubiertas de espesa vegetación mientras se alzan solitarios en campos o pantanos. Las estructuras abandonadas parecen haber sido arrancadas de ciudades y pueblos y dejadas directamente en paisajes rurales, donde la naturaleza lentamente envuelve sus fachadas de ladrillo o hace crecer árboles desde sus aleros. “Siempre me siento atraído por lugares abandonados y aislados”, dice Madgwick. “Me siento impulsado a explorar estas maravillas enigmáticas. Hay una emotividad y un silencio inquebrantable y frágil que flota en el aire”.