Cuando alguien la toca, la makahiya, una planta hipersensible, repliega sus diminutas hojas hacia adentro como mecanismo de defensa ante posibles amenazas.

Florence Solis toma esta respuesta natural como punto de partida para una colección etérea de retratos. A partir de collages digitales en los que fusiona figuras humanas con ornamentos orgánicos y delicados, la artista filipino-canadiense traslada estas formas imaginadas al lienzo. En sus obras, las protagonistas aparecen envueltas en velos con cuentas o entrelazadas con elementos botánicos; sus cuerpos y rostros permanecen ocultos bajo mechones de cabello o hierba, como si se protegieran del mundo exterior.

Para Solis, aunque estas figuras parecen restringidas, también contienen fuerza y potencial de transformación. “Las mujeres filipinas, al igual que la makahiya, han sido educadas para ceder, suavizarse, ocupar menos espacio”, explica. “Y sin embargo, debajo de esa quietud hay una fuerza innegable: una que persiste, se adapta y reclama su espacio a su manera”.

Solis trabaja con paletas saturadas, a menudo monocromáticas, para crear figuras que parecen poseer poderes mágicos. Sus retratos aluden al folclore filipino y a la creencia de que lo cotidiano puede tener un vínculo con lo divino. Así, sus mujeres emergen desde la tradición y el mito, pero con la determinación de transformarse y reclamar su lugar.